Me pasa algo que no sé si es común: en toda mi vida, solo sentí amor por dos personas. Fueron amores distintos, en momentos distintos. Pero ambos ya no están. No sé si se fueron, si los dejé ir, o si simplemente nos perdimos.
Lo que más me pesa es que, cuando estoy sola, mi mente vuelve a ellos. Me pregunto si alguna vez voy a volver a sentir lo mismo. Esa conexión profunda. Esa intensidad. Y, en el fondo, sé que no. Que esas personas no se repiten. Que encontrar a “la persona perfecta”, como yo la imaginé, no va a pasar. Porque no existe.
A veces me agarra la nostalgia de saber que, en algún lugar, quizá todavía me quieren. Y es raro, porque no sé si yo siento lo mismo. No sé si quiero volver a eso. O si simplemente necesito asegurarme de que no va a ser. Para poder soltar.
También me doy cuenta de que tengo exigencias, cosas que necesito sí o sí en una relación. Y, aunque a veces me cueste admitirlo, sé que no las voy a negociar. Porque me conozco. Porque sé lo que necesito para estar bien.
Es verdad: me la pasé de joda. No sé si me arrepiento. Pero lo hice, lo viví, y la pasé bien. Aunque cuando llega la noche y estoy sola, cuando no hay un mensaje, una compañía, una charla, se siente feo. Y sí, sé que muchas veces yo misma genero eso. Pero tampoco estoy acostumbrada a otra cosa.
De chica siempre hice lo que mi mamá decía. Seguía lo que ella creía que estaba bien. Pero con los años me pregunto: ¿qué es lo que realmente está bien para mí? ¿Qué es lo que quiero yo? Y la verdad es que ni yo lo sé.
A veces me viene a la cabeza esa pregunta que da miedo: ¿sos feliz? Y si tengo que responder con sinceridad… no. No lo soy. No disfruto de lo que tengo, ni siquiera celebré haber aprobado esa materia que tanto me costó.
Me acuerdo cuando le dije a mi mamá que me gustaba un chico. Me dijo que no podía estar con él porque no era alguien para mí. Fue mi primer amor. Me hacía sentir todo. Me trataba bien. Y hasta el día de hoy me cuesta hablar de eso.
Después conocí a otro chico, mucho tiempo después. Me re enganché. Pero no funcionó. Yo no estaba bien. Hacía cosas que no debía, lo trataba mal. No era con él: estaba enojada conmigo misma. Y hasta que no pueda sanar todo esto, sé que no voy a poder tener una relación sana con nadie.
Me decepcioné mucho de los hombres. El primero fue mi papá. Después vinieron los demás. Me cuesta volver a confiar. Me cuesta enamorarme.
En ese momento, lo que más me interesaba eran las relaciones pasajeras, sin compromisos ni expectativas. Algo que muchas personas atraviesan, pero que a menudo deja un vacío enorme. Sé que me va a costar cambiar, o quizá así soy realmente.
A veces me pregunto si algún día voy a cambiar.
Y otra vez me cae esa pregunta como un susurro que no se va:
¿Realmente sintieron algo por mí?
Hoy ya no busco esa respuesta. Me basta con saber lo que yo sentí.
Spoiler alert: sí cambié.
Más de lo que la Evelyn de 21 años se hubiera imaginado.
—
Este texto lo escribí en 2017. Tenía 21 años y estaba en una etapa muy distinta. Hoy elijo compartirlo porque me recuerda lo mucho que crecí desde entonces. Tal vez vos también estés en ese momento, y te sirva leerte acá.