¿Las redes sociales mataron el romanticismo?
El miedo a demostrar interés, el ghosting y los vínculos medidos: ¿en qué momento querer se volvió una debilidad?
El otro día vi un video en TikTok que decía algo así como:
“Perdón por responderte tan rápido, tenía el celular en la mano. De hecho, casi siempre lo tengo en la mano. Y además… me gustás, y no tengo miedo de demostrarlo.”
Y me puse a pensar.
Qué difícil se volvió vincularse hoy, especialmente cuando hay una intención romántica. Vivimos en una sociedad donde parece que “el que menos siente, gana”.
Entonces, ¿por qué está tan mal visto mostrar interés? ¿En qué momento sentir, expresar cariño, querer, preguntar o proponer se volvió sinónimo de intensidad?
Estamos metidos en una dinámica extraña: si te importa, perdés; si esperás una respuesta rápida, estás apurada; si sos clara con lo que querés, espantás.
Nos da miedo demostrar lo que sentimos. Tememos parecer vulnerables. Y no hablo de love bombing ni de idealizar relaciones, sino de algo más simple: dejar de resistirse al amor.
Hoy salir con alguien se volvió un tira y afloja. El romanticismo moderno es reaccionar a una historia, que te agreguen a close friends, que te contesten cada 10 horas. Todo eso se convirtió en un lenguaje de interés medido, en una forma de decir: “te muestro poco, para que no pienses que me importás demasiado”.
Con tantas personas al alcance y la falsa cercanía que generan las redes, parece que siempre hay alguien “mejor” a un scroll de distancia. Pero la realidad es otra: lo que vemos en redes es lo lindo, lo editado. Conocer a alguien en profundidad lleva tiempo, y el verdadero desafío es encontrar a quien quiera dedicarte ese tiempo.
Las redes sociales mataron el romanticismo. Y como dicen muchas de mis amigas, la calle está dura. Cada vez hay menos responsabilidad afectiva. El ghosting es moneda corriente, y el miedo a que te dejen de contestar de un momento a otro está siempre presente.
Lo peor es que muchas veces ni siquiera hay una explicación. Como si uno no mereciera una despedida mínima. Como si priorizarse justificara desaparecer.
Y ni hablar de cuando alguien quiere solo algo físico, pero arma toda una novela romántica para llegar ahí. ¿Por qué cuesta tanto decir las cosas como son? ¿Por qué disfrazar la intención?
Todo esto genera vínculos vacíos. Nos estamos relacionando desde la actuación, desde la estrategia. Pero eso no es amor. Ni siquiera es deseo honesto. Está perfecto si querés algo casual, pero no juegues con los sentimientos del otro.
Las red flags del inicio casi siempre terminan siendo la razón por la que se termina todo. Ignorarlas solo retrasa lo inevitable: esos detalles que parecían pequeños se vuelven los verdaderos motivos de ruptura.
Y sí, yo también me encontré pensando:
¿Será que ya conocí a todas las personas que tenía que conocer?
A veces la frustración es real. El cansancio también. Como si amar fuera remar en dulce de leche.
Ojalá algún día podamos volver a mostrar interés sin sentir que perdemos la dignidad.
Ojalá no tengamos que esperar tres meses para saber si alguien estaba actuando.
Ojalá deje de doler lo que debería ser simple: querer y que te quieran de vuelta.
Sin filtros, sin juegos, sin miedo.
Quizás el primer paso para recuperar el romanticismo sea animarnos a mostrar interés sin miedo, a ser honestos y a respetar los tiempos del otro y los propios.
Porque querer y ser querido debería ser lo más natural del mundo.